Muchos, muchos años atrás, cuando las
colmenas se hacían de
“cañizo y barro” o cortezas de árbol.
Había un grupo de
colmenas, en un lugar de La Rioja, donde las
abejas se afanaban en elaborar
rica miel, que era muy solicitada
en los mercados de la época. Su organización
era perfecta y no
necesitaban nada más, para ser felices en su rol. La reina
ponía
huevos, las obreras trabajaban, los zánganos aireaban la colmena
con sus
aleteos, en los días de mucho calor. También entonaban
melodías, al estilo de
nanas, para que las pequeñas larvas
dormitaran felices, hasta que llegara el momento de su mayoría de
edad. El colmenero, se limitaba a ir, de vez en cuando
a por su parte
de miel, cual casero en cobro de alquiler. Un buen día, la reina
enfermó. Ya no segregaba esa deliciosa “Jalea Real”, que tanto
gustaba… Una de
las larvas, ya casi adulta, dijo que ella era muy
monárquica y que por tanto
sería la reina. Dicho y hecho, se sentó
en el trono y se autoproclamó reina de
la colmena.
El primer edicto, de la nueva reina, fue ordenar la expulsión de la
reina vieja y todas las demás larvas princesas.
La nueva reina, que resultó ser
hiperactiva, se pasaba el día
poniendo huevos y más huevos, sin control.
También, muy progre
ella, se declaró “abejista”: ¡Ya está bien que sean las obreras las
que trabajen!, dijo. Desde este momento ordeno que solo los
machos
sean obreros y las hembras zánganas.
También ordenó que los huevos no fuesen
seleccionados ni
fecundados por los zánganos… y ocurrió lo que tenía que
ocurrir.
En poco tiempo, la colmena, se quedó sin obreros. Las
zánganas
intentaban aparearse con las nuevas larvas princesas…
pero al no ser hembras
fértiles, no
las fecundaban. La colmena entró en decadencia. La miel que se
fabricaba, ni siquiera bastaba para abastecer a la propia colmena y
las larvas
morían de hambre. La reina, convencida de su buen hacer,
no paraba de poner y
poner huevos inútiles e infecundos y no
queriendo ver la realidad decía que
toda la culpa era de los obreros,
que no trabajaban bastante. Pero ella, en su
soberbia, nunca quiso
reconocer sus equivocaciones. El colmenero, que no quiso
intervenir en los problemas de la colmena, dejó de prestarle
atención y se
dedicó a atender otras colmenas más rentables.
Un día, paseando por la
"Cañada de la Puebla", me encontré con
una vieja colmena abandonada y
adiviné que la colmena
del cuento de mi abuelo, había existido en realidad...